Septiembre 2016 en la Casita de la Dehesa

Durante las dos primeras semanas en las que todos en familia hemos vivido cambios, nos hemos hecho preguntas y sobre todo hemos compartido muchas experiencias entorno al paraje de la morera ¡queremos agradeceros vuestra compañía, familias!

Juntos hemos ido a la fuente a por agua para beber y para llenar todo tipo de utensilios, como la regadera con la que le damos de beber a las plantas y la piscina donde mojarnos un poco los pies con el calor que ha hecho en septiembre.

Luego disfrutamos de la merienda en la tela en la que nos sentamos. Algo sencillo como una pieza de fruta, de verdura o puñaditos de frutos secos sirven para seguir dando rienda suelta a nuestra imaginación.

Los enanitos ya dan buena cuenta de los vaivenes en la hamaca que son tan beneficiosos y todo ha ido acompañado con canciones que vamos introduciendo poco a poco para dar un buen ritmo a nuestros días.

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¡Y qué decir de la gran acogida que ha tenido la canción de bienvenida!

«Suenan caracolas, flautas de coral,
tocan los tambores porque (el nombre de cada uno) está…
Suenan caracolas, flautas de coral,
tocan los tambores porque todos están»

Al final de la primera semana ya estaban preparados nuestros actores para el cuento de despedida… ¿también queréis saberlo? ¡Cuánta curiosidad! Así, despacito y acompañado de movimientos de dedos, sale el conejito de su madriguera:

«En una mañana calurosa… uuuf, ¡qué calor!… un conejito salió de un matorral…
andaba buscando comida que guardar para los días de frío… y debajo de un pino encontró un piñón.
Miró hacia arriba, pues sabía que los piñones caen de las piñas… cuando de repente, su amiga la ardilla (ñi, ñi, ñi, ñi) le saludó:
– ¡Buenos días, conejo!
– Buenos días, ardilla ¿me podrías tirar más piñones de esas piñas?
– Con mucho gusto.
Y su amiga la ardilla se los tiró.
A la mañana siguiente, el conejo salió de su madriguera y empezó a buscar ramitas con las que encender un fuego y cocinar, pero estaban todas un poco mojadas por las gotas de rocío. Así que un gorrión (pío, pío, pío) que le vio de lejos, le saludó:
– Buenos días, conejo.
– ¡Buenos días, gorrión!
– ¿Necesitas ayuda?
– Sí… ando buscando unas ramas para encender un fuego y cocinar a la luz de las estrellas.
– ¡Pues yo te ayudaré!
Y el gorrión se fue a su nido (tz, tz) cogió unas cuantas ramitas y se las tiró.
– Gracias, amiga.
– Hasta mañana, conejo.
Así el conejo se fue a su madriguera muy contento (tralaralarí, tralaralarí) y cuando se hizo de noche, a la luz de las estrellas, encendió un fuego con las ramitas e hizo una rica sopa de piñones.
Cuando se sentó a la mesa, se paró a pensar…
– Algo me falta… emmm… ¿qué será?, ¿qué será?
¡Y de un brinco corriendo salió! A buscar a su amiga la ardilla y a su amigo el gorrión. Y juntos comieron, rieron y bailaron celebrando el tiempo que juntos pasaron.
Y colorín, colorín, colorado, este cuento se ha terminado”.

A algunos pequeños ya se les ve escarbando en la tierra de la morera y buscando piñones. Un pequeño observa los agujeros, los llena de agua y pregunta en voz alta: «¿la tierra bebe?»
Espera… ¡también hay almendras! Y cuando alguien se aleja buscando allá donde no les podemos ver, algunas voces proclaman: «¡para el otro lado!»

Hablando de si la tierra bebe… ¿sabéis que los árboles comen piedras?

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Mientras hacemos agujeros aquí o allá es posible que alguna pala vuele y también que a alguien no le guste que otra persona escarbe precisamente en su sitio de trabajo, por ejemplo. Por eso es importante decir cuándo nos gustan y cuándo no nos gustan las situaciones con palabras y también aprender a tener opciones cuando la cosa está tensa y queremos relajarnos. El “masaje de los periquitos” y sus suaves plumas, que nos pueden acompañar en un recorrido corporal por la cara, las manos y la punta de los dedos, nos ayuda mucho. También otros objetos gustosos, como mantas de algodón donde envolvernos como si fuésemos rollitos de primavera, el juego con agua y el tacto de la arena en nuestros pies.

¡Qué importante es entonces decir las cosas! También a diario aprendemos a agradecernos las caricias, los detalles y las ayudas. Como cuando alguien está tendiendo y otra persona le pasa las pinzas, aunque ya hemos visto que hay quien se las arregla muy bien sin ellas.

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Os recordamos que este tipo de actividades forman parte del desarrollo de la prelectoescritura, como tantas otras como barrer, coser en telar y hacer pan, entre otras.

Y estos aprendizajes también se hacen cuando estamos en la morera y observamos atentos el trabajo de los jardineros. Hay quien coge incluso el carrito donde guardamos las mochilas para segar el cesped.

Ya para mitad del mes comemos juntos y sentados en la tela y cantamos una canción:
«Del sol, del cielo y de la tierra recibimos los alimentos, la rica comida… (nos cogemos de las manos) y el agua fresca. Buen provecho a los de esta mesa»

Se reparte la comida cuando ya estamos todos sentados. Y cuando uno de los pequeños saca su fiambrera, nos dice feliz: «mi pera es tan grande como un jabalí comiéndose un zapato».

El día 21 celebramos el inicio del otoño haciendo caracoles de lana que colgamos de nuestra querida morera. Cada uno ha cogido un trozo del ovillo para hacer su pulsera y llevársela a casa. Y ¡sorpresa! una familia de estos moluscos ha decidido venir a vernos.

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Como alguna familia está interesada por saber más sobre cuentos, compartimos el libro de «Cuentos sanadores» y pensamos en hacer una biblioteca en la casita. ¡Gracias a todos por traernos tantas joyas que leer con los más pequeños!

Para este entonces (ya estamos casi a finales del mes de septiembre) seguimos trabajando con los límites espaciales. El enanito al que más le costaba al principio quedarse a la vista es el que ahora ayuda a los demás, les avisa, nos avisa y les coge de la mano si ve que se alejan hasta un sitio donde no les podemos ver.

¿Os acordáis de los piñones y almedras que abríamos con las piedras? pues están especialmente dulces ya durante estas semanas.

Al más pequeño le encanta ayudarnos con las mochilas de todos cuando vamos a repartir la merienda en otra bolsa común y cada uno guarda su fiambrera en la mochila cuando terminamos la merienda. Bueno, casi siempre.

También vamos aprendiendo a aceptar cuando los demás nos dicen que no a algo. Y de entre las opciones que añadir a la lista para los momentos de calma, van surgiendo situaciones tan interesantes como la sesión de meditación y respiración que hacemos en la salita.

La última semana recibimos unas visitas muy especiales y es que una familia viene a vivir la experiencia con nosotros en la morera. Además, le damos una gran bienvenida a otra familia que se une a nuestra tribu. ¡Qué de noticiones!

¡Gracias familias, desde «el corazón de la morera»!

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