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Salvemos Casa Grande: un espacio fundamental en Madrid para la crianza

LA NECESIDAD SUPREMA DE LA HUMANIDAD ES LA COOPERACIÓN Y LA RECIPROCIDAD  ‘Abdu’l-Bahá

Hace aproximadamente un millón de años ya poblábamos el continente africano, grandes simios en apariencia. Pero no éramos los únicos, por aquel entonces había una variedad de homínidos bípedos como los neandertales conviviendo con nosotros, pero hoy en día, solo quedamos nosotros, los homo sapiens.

Había algo que nos hacía diferentes. Los adultos mostraban una inclinación a colaborar y una empatía fuera de lo común. Realizaban de forma conjunta tareas que otros primates tendían a hacer solos, como construir viviendas o rastrear animales. Casi daba la impresión de que se leían la mente unos a otros. Eran capaces de comprender los objetivos de otros congéneres y luego ayudarlos a alcanzarlos. Y más curioso todavía, las crías humanas nacían cada vez con menos pelo y más indefensas y desvalidas. Requerían cuidados constantes. Ni siquiera podían aferrarse al cuerpo de su madre. Había que atenderlas durante meses antes de que aprendieran a desplazarse gateando, y durante más de un año para que estuvieran en condiciones de huir del peligro. Había que cuidar a cada retoño durante cerca de una década hasta que se volviera autosuficiente y acumulara las calorías suficientes para cuidar de sí mismo.

La antropóloga Sarah Blaffer Hrdy calcula que una cría durante esos 10 primeros años de vida necesitaría entre 10 y 13 millones de calorías de energía para madurar del todo. En aquella época no teníamos supermercados, teníamos que recoger y rastrear todos los alimentos que la prole necesitaba… no solo durante semanas o meses… durante muchos, muchos años.

La crianza aloparental

Era imposible que una madre sola pudiera proporcionar a su cría incluso una pequeña parte de toda esa comida, mucho menos considerando que probablemente en el transcurso de esos 10 años tuviera más criaturas. Necesitaba ayuda, ayuda a tiempo completo. Necesitaba la crianza aloparental. En palabras de Sarah Hdry:  «Un primate con una prole tan costosa y de maduración tan lenta como la nuestra no habría podido evolucionar si las madres no hubieran recibido mucha ayuda».
Nota: Los bebés humanos nacen prematuramente en comparación con otros primates, sus cerebros apenas funcionan. Un bebé humano tendría que pasar de 9 a 12 meses en el útero materno para alcanzar el mismo desarrollo neurológico y cognitivo que el de un chimpancé recién nacido. Es lo que ahora conocemos como la exogestación, el nacimiento se produce cuando es posible nacer, porque si permanecieran más tiempo en el útero materno esto tendría graves consecuencias para la madre durante el parto.
Un alopadre o alomadre es cualquier persona -salvo el padre o la madre- que ayuda a cuidar de la cría. Un pariente, vecino, un amigo o incluso otro niño pueden ser fantásticos alopadres. Los homo sapiens desarrollaron la inclinación a repartir entre los miembros del grupo las responsabilidades del cuidado infantil, al mismo tiempo las crías humanas desarrollaron la inclinación a conectar y establecer vínculos con un puñado de personas. No solo con dos.
La familia aloparental o tribu es un círculo de afecto, no son cuidadores ocasionales que entran y salen de la vida del niño, son cinco o seis personas clave que brindan apoyo a los padres y se asocian para generar una corriente constante de afecto incondicional hacia el niño mientras crece. Son las tías y abuelas de sangre o del alma. 

Grupo de apoyo en la asociación Familias Enlazadas

¿Y cómo hacen las madres humanas hoy en día? ¿Cómo no volverse loca con un ser que requiere tantas atenciones?

Cuando vives en la gran ciudad, en este gran zoo humano, rodeada de un montón de gente y tienes un bebé puedes sentirte profundamente abrumada, sola, cautiva de tu casa, desesperada por encontrar otra opción. Muchos madrileños y madrileñas han dejado su familia y amigos en otros lugares, no hay nada más madrileño que no haber nacido aquí.
Cuando no tienes una red a tu alrededor necesitas espacios acogedores, abiertos a todo el mundo, en los que poder conocer gente afín, que se convierten en fuertes amistades con las que compartir la crianza.
En las culturas más antiguas como la de los Hadza o los maya, que todavía conservan el paradigma original de la crianza aloparental, cuando una mujer acaba de dar a luz, otras acuden a su vivienda y forman un comando de élite para-maternal, listo para actuar ante el menor gemido o lloriqueo del bebé. «Lidiar con un bebé en pleno berrinche requiere de un trabajo en equipo» dice el antropólogo Mel Konner. Durante las primeras semanas de vida el recién nacido cambia de manos cada 15 minutos. Cuando cumple 3 semanas las alomamás se ocupan del 40 porciento de los cuidados físicos que recibe, y a los dos años pasa ya más tiempo con otras personas que con su propia madre. Todos esos mimos, abrazos y momentos de consuelo por parte de alopadres y alomadres tienen efectos duraderos sobre los bebés y los niños. Lo conocen tan bien como la madre y se siente tan a salvo con ellos como con sus padres. Ese círculo de afecto les permite crecer en un modo de vida lenta, confiando en que el mundo al que han llegado es un lugar amable y bueno.
*Inspirado y extraído del libro: El arte perdido de educar. Recuperar la sabiduría ancestral para criar pequeños seres humanos felices. Michaeleen Doucleff

Uno de los espacios preparados de La Casa Grande en Madrid

La casa grande y los grupos de apoyo a la crianza

Las casas grandes y los grupos de apoyo a la crianza, son un espacio de salud mental. Un sostén en la crianza, un refugio en el que cualquier mamá a la que se le cae la casa encima, tantas horas sola con su bebé en brazos, puede ir y encontrar su tribu, otras alomadres con las que interactuar, con las que reír y llorar. Con las que compartir la aventura de la crianza.
La crianza aloparental fue la solución ancestral que encontramos entonces y el remedio que seguimos necesitando hoy. El materialismo y el individualismo nos han alejado de nuestra esencia, ser capaces de trabajar unidos por lo que nos une, dejando nuestras diferencias a un lado, buscando el bien común. Es hora de recuperarlo. De reivindicar lo que nos hace humanos: la cooperación y la reciprocidad.

Ayúdanos a proteger las casas grandes en Madrid: ¡Salvemos Casa Grande!

¿Me echáis una mano moviendo y firmando esta petición?
https://chng.it/tcBLPVKysM

María de Pedro

Ilustración de Nico Naranjo https://niconaranjo.com/