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Ser madre de un niño que se educa en la Naturaleza

La primera vez que recogí a mi hijo de dos años de La Casita de la Dehesa, le abracé y olí el delicioso olor a bosque que tenía en el pelo. Sus ojos brillaban de alegría, se le notaba cansado pero con la sensación de haber pasado un día lleno de aventuras.

Mi hijo no hizo adaptación, pues ya conocía a varios de los niños del grupo incluido a uno de los acompañantes. Así que desde el primer día está campando en La Dehesa de la Villa con alegría, libertad, aprendiendo muchísimo tanto de las actividades que se proponen como de los momentos de juego libre. Desde la primera semana ya cantaba las canciones que cada día marcan los ritmos de La Casita. Me pedía que le contara los cuentos que también le contaban en la Casita. Así que nos tuvimos que aprender las canciones, los juegos de manos, los cuentos (gracias a Laura por los vídeos).

Ha habido también momentos de inquietud por mi parte. Soy del sur de España y no estoy muy acostumbrada al frío. Pese a haber estudiado sobre termorregulación natural, tener a mi hijo equipado de la mejor manera posible, etc., mientras yo trabajaba calentita en mi lugar de trabajo, veía los copos de nieve caer por la ventana y me inquietaba por si mi hijo estuviera pasando frío. He tenido que aprender a confiar. No existe mal tiempo sino mala equipación. Y mi hijo nunca se quejó de frío, al contrario, creo que siempre ha sentido que le abrigo un poquito de más (ya él se encarga de quitarse lo que le sobra en cuanto me pierde de vista).

El desarrollo motriz de mi hijo ha evolucionado de manera espectacular en estos meses. De no atreverse a subir ni a la rama más baja de un árbol, a trepar con alegría, seguridad y confianza en los propios límites. También ha aprendido mucho de auto cuidados y de cuidar a los demás, es uno de los lemas de La Casita, «nos cuidamos entre todos«.

También ha aprendido a cortar con tijeras, ha descubierto la pintura y el moldeado, le encanta identificar árboles y pájaros y poco a poco va reconociendo las letras. Con calma, a su ritmo. Como con las comidas: ha adquirido independencia y gusto por compartir, pero a un ritmo pausado. No se ha forzado ningún hito de su desarrollo.

En conclusión: tener un hijo que se educa en la naturaleza aumenta la confianza de los padres en las capacidades del niño. Es una tranquilidad también, el saber que está en un entorno saludable, no solo entre árboles, sino entre compañeros y adultos que le sostienen emocionalmente y le aportan un espacio para aprender.

Gracias por esta oportunidad de educación en la naturaleza y gracias a los acompañantes Laura y Jose por sus esfuerzos y buen hacer.

 

 

Artículo escrito por Esther Müller Hernández, madre de Nicolás (www.tuasesoradematernidad.es)